“Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran. Porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios”. Domingo Faustino Sarmiento 1 


Freud escribe en 1930 “¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres, qué pretenden alcanzar en ella? Aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo. No está en los planes de la Creación que el hombre sea feliz”. Por eso algo falta, falta en lo humano y en la determinación biológica de la finitud. Pero eso que falta es al mismo tiempo algo que se sabe, un saber angustioso pero motivo suficiente para desear perpetuarse más allá de los límites materiales de la existencia. 

Ahora bien, es posible que ese faltante, algo que le sobra a la vida –digamos, la muerte- sería una potencia. Una energía. O mejor dicho, el deshecho de la vida, que sería la muerte, podría producir energía por decirlo de algún modo libidinal. La obra, en este caso no es la cosa hecha para desaparecer, sino para sobrevivir incluso a la existencia de su creador. Transforma en el autor la idea de muerte, la recicla.

Andreas Michel, experto en modelos de energía a partir de deshechos alerta que “el estiércol que generan diariamente dos o tres vacas es suficiente para cocinar durante cinco horas o iluminar una vivienda”. En Suecia, la basura calefacciona 1.000.000 de viviendas. Duchamp con esa potencia, escribe un poema donde fantasea con un aparato capaz de “coleccionar y transformar todas las pequeñas manifestaciones externas de energía desperdiciadas del hombre, como por ejemplo: el exceso de presión sobre un interruptor eléctrico, la exhalación del humo del tabaco, el crecimiento del cabello y de las uñas, la caída de la orina y de la mierda, los movimientos impulsivos del miedo, de asombro, la risa, la caída de las lágrimas, los gestos demostrativos de las manos, las miradas duras, los brazos que cuelgan a lo largo del cuerpo, el estiramiento, la expectoración corriente o de sangre, los vómitos, la eyaculación, el estornudo, el remolino o pelo rebelde, el ruido al sonarse, el ronquido, los tics, los desmayos, ira, silbido, bostezos.” 2

El surrealismo es un arte que procede de una estetización del desecho. Alain Miller manifiesta que a partir de Marcel Duchamp se nos ofrece el desecho mismo como objeto de arte, se hace pasar el desecho al registro de lo estético, mediante lo cual, si bien se modifica la definición de lo bello, no pone lo bello en cuestión “André Bretón prometió la salvación por la vía de los desechos. Pero es aún más acertado decirlo de Freud. Y por cierto que la promesa surrealista nunca habría sido proferida si no hubiera habido antes psicoanálisis, el descubrimiento freudiano que fue, como sabemos, primero el de los desechos de la vida psíquica, esos desechos de lo mental que son el sueño, el lapsus, el acto fallido y más allá, el síntoma.” 3

Duchamp rescata el desecho integrándolo al circuito de intercambio, elevándolo a la dignidad de Cosa. Es posible que al otorgarle estatuto de obra a una cosa cualquiera, le sustraiga jerarquía o le invente una nueva. Pero, ¿para otorgársela a qué? Bueno, Duchamp asegura que “Las creencias y los juicios son valores espantosos, lo único serio es el erotismo. Subyacente o no, su presencia está siempre en mi obra”. Si el Ideal es la forma, el desecho -por el contrario- es informe como la sexualidad. Lacan pregunta “Lo que se llama sexualidad, que está puesto en primer plano… ¿de qué? ¿De una teoría o de una práctica? Está muy claro que es en el nivel de la teoría” Por supuesto, es más sencillo construir una teoría que tener una relación sexual, sabiendo después de Lacan que tal cosa como una relación sexual no existe4. “Lo real para el ser parlante -dice – es algo que se pierde en alguna parte. Pero, ¿dónde? Nos perdemos en las relaciones sexuales. Si Freud centró las cosas en la sexualidad es porque en la sexualidad el ser parlante balbucea” Tiene algo para empezar a desdecirse. Desaparece de alguna exterioridad y produce una vacante que es la ignorancia de sí mismo, pero una ignorancia docta, que conoce algunas cosas.

San Agustín se da cuenta que cuando el hombre se queda en las cosas exteriores, se vacía de sí mismo: “Noli forasire, in teipsumredi; in interiorehominehabitat verita”5, es decir, no vayas fuera, en el hombre interior habita la verdad. El santo formula que el hombre posee una memoria interior confundida entre el pasado, el futuro y el anhelo de perpetuidad. Pero ¿qué sucede si el hombre, además de acercarse a Dios, dice algo? Bueno, notablemente San Agustín con su Confesiones, inaugura para occidente el género autobiográfico. Eso que dice ahí, le da forma. Sartre, en cambio, propone una definición de sí mismo bordeando por fuera “Si hay un otro, quienquiera que fuere, cualesquiera que fueren sus relaciones conmigo, sin que actúe siquiera sobre mí sino por el puro surgimiento de su ser, tengo un afuera, tengo una naturaleza. Mi caída original es la existencia del otro”.6

Uno dice y por ahí quien sabe, alguien va y lo escucha. Como en el “trabado”, donde la ausencia de una pieza hace posible mover las demás y armar figuras, en el sujeto la ignorancia de sí mismo es el vacío vacante que invita al otro. Del cuadro de 1915 “Cuadrado negro sobre fondo blanco”, Malevich compartió “no era un simple cuadrado vacío lo que expuse sino, más bien, la experiencia de la ausencia del objeto”.

Según Francois Cheng, el pensamiento estético chino considera lo bello en relación con lo verdadero, “un pensamiento ligado a una estructura profunda de un arte como lenguaje. Y como toda lengua, también posee interrupciones, espacios entre palabra y palabra que no están vacíos. Dinámicos y activos, estos espacios introducen discontinuidad para que sus componentes no sean rígidos”. 7

Ahora bien, sabemos que la belleza no calma, no hace desaparecer el deseo. Por el contrario es un señuelo hacia otra cosa, que es del modo en que actúa la obra de arte. Vamos hacia ella buscando algo que está en otra parte y quedamos por fuera, desechos. De algún modo frente a la obra de arte nos convertimos en un remanente que es la experiencia de la obra. Algo que la alquimia llamaba caput mortuum y es lo que cae, lo que se desprende, una sustancia derivada de la sublimación que simboliza la ruina y la decadencia pero sin la cual no hay posibilidad de transformación. Los alquimistas entendían que para su transmutación, la materia debe ser despojada, depurada y reducida a su esencia, cosa que no se podía lograr sin putrefacción y muerte. Una supuesta degradación cuyo propósito es resurgir en algo nuevo. Este antecedente ecológico de redención nos pone en un aprieto, porque es cierto que ninguna obra de arte podría existir sin la anterior, pero la cuestión es ¿para qué una nueva? Douglas Hubler escribe una idea durante los primeros años del conceptualismo “El mundo está lleno de objetos más o menos interesantes, yo no quiero añadir nada más. Prefiero constatar simplemente la existencia de cosas en términos de espacio y lugar”8 Hubler conecta al objeto con el acontecimiento, es decir que la obra está precedida de una acción y es un acto en sí misma. Como espectadores nos constituimos evento frente a la obra.

Entonces el artista va y busca. Hace bajo promesa de que se le revele una supuesta verdad de la que permanece excluido, posiblemente porque la obra es apenas la representación material que pudo construir de su idea, el desperdicio de la misma. Esa imposibilidad puede ser el origen de una obra continuamente frustrada al igual que este texto, construido con citas, referencias y restos de pensamientos de otros, participando de una sensación donde la pieza de arte obstaculiza el desapego. Sospechosamente, algo parecido a la melancolía.


David Nahón
Buenos Aires. Mayo de 2016


(1) Domingo Faustino Sarmiento, discurso ante el Senado de la Provincia de Buenos Aires, 1859, “Conflicto y armonías de las razas en América”, Intermundo, 1946
(2) Marcel Duchamp, “Antología del humor negro, de André Breton”, Editorial Anagrama, Barcelona, 1966
(3) Publicado en Diario do Americano nº 4, 4 de noviembre de 2010
(4) Jaques Lacan “No hay relación sexual” (Il n’y a pas de rapport sexual), enunciado en la sesión del 10 de Marzo 1969, en el Seminario De un Otro al otro.
(5) San Agustín , “Confesiones”, Alianza Editorial, 2011
(6) Jean-Paul Sartre, “El ser y la nada”, Biblioteca de Obras Maestras del Pensamiento, Losada, 1980
(7) François Cheng, “Vacío y Plenitud”, Biblioteca de ensayo Siruela, 2013, España
(8) Douglas Huebler , “Art in Mind”, Catálogo de la exposición, 1970